Estos no son los tiempos del Coronel Aureliano Buendía en Cien años de soledad, allí donde “el mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.” Este es, por el contrario, el tiempo de decir las cosas como son. No basta con señalarlas, hay que hablar.
Este es el tiempo de recuperar el valor de la palabra y de exigir de quienes nos gobiernan, cuentas claras: ¿Cuál será el escándalo de mañana?, ¿Cuál será el adjetivo qué reemplace el titular de hoy?, ¿En qué quedó la investigación que iniciaría el gobierno de turno para castigar a los responsables?, estos no son definitivamente tiempos para callar.
Es probable que como a Demóstenes nos atropellen las palabras para decir las cosas como son y, si flanqueamos, que la firmeza de nuestras ideas se sobreponga a la impotencia de nuestra voz. Hoy queremos reivindicar el valor de la palabra.
Estos no son tiempos para callar, ni nosotros los protagonistas de un poema de Neruda "donde parece que un beso nos cerrara la boca". Nuestro yugo es el silencio. Y si ayer intentaron callarnos con dictaduras, exilios, bombas, amenazas, falsas imputaciones e incluso con atentados contra nuestra propia vida, hoy no nos tembrará la voz para hablar. Nosotros somos la voz de quienes no tienen voz. La voz de los cientos y miles de personas que dieron su vida como consecuencia del silencio de otros, de nuestros propios silencios.
¿La oratoria una herramienta para el servicio del bien común? No. De las herramientas se prescinde, pero nuestra voz no debe faltar nunca. El mundo no está sordo, lo que ocurre es que en efecto la gente sólo oye lo que quiere oir y ve lo que quiere ver. Hablemos, sí. Pero elijamos muy bien el espacio y el tiempo de cada una de nuestras palabras.
Sobre la retórica ya se han escrito cientos de libros, pero de lo que pensamos y sentimos no. Palabras sí, pero con un lenguaje distinto.
Dicen los spicoanalistas que uno no puede hablar sino de lo que lleva adentro, entonces hablemos con el corazón. Así tal vez la historia no se repita y seamos nosotros la generación que cambie la guerra por un buen acuerdo, la generación que cambie las balas por las ideas, la indiferencia por una palabra dicha a tiempo.
Estos no son tiempos para callar. Probablemente, como en la tradición católica, sólo baste una palabra para salvarnos.
Señoras y señores, el mundo nos está oyendo. ¿tenemos algo que decir?
Muchas gracias,
*Discurso para la clase de oratoria
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