Con tres ¡VIVA MÉXICO! y visiblemente emocionado desde el balcón del Palacio Nacional, el Presidente de México Felipe Calderón replicaba con su mano derecha las campanas que dieron inicio a la conmemoración del bicentenario. Mientras tanto, con su mano izquierda, en el mismo acto, ahondaba de forma paralela el tricolor nacional. De esta forma, a manos llenas y con la voz firme, el presidente invitaba a los méxicanos para que se unieran a la celebración que hace 200 años les trajo el grito de libertad.
Sin embargo, ese espíritu de fiesta y el sentimiento patrio que invadíó durante varios días a los méxicanos, contrastaba con las noticias de varios asesinatos, principalmente en ciudad de Juaréz, donde los narcotráficantes, por mucho espíritu de unidad que se respirara en el ambiente, insistían con romper la tranquilidad de sus habitantes.
Uno de los hechos más recientes de violencia se vivió con el asesinato de un periodista del periódico de esa ciudad, a tal punto de que el medio de comunicación donde trabajaba, el día de su sepelio, publicó un editorial preguntándole a los asesinos qué podían y qué no podían seguir escribiendo para que no los siguieran matando.
Más allá de la polémica sobre la libertad de prensa que esta petición pueda despertar, el caso de México, disgustele a quien le disguste, en Colombia nos recuerda a una de las épocas más sangrientas vividas como consecuencia del cártel de la ciudad de Cali y Medellin. La dimensión de la violencia sobrepasaba cualquier venganza o saldo pendiente por cobrar de los sicarios. Acá todos eran potenciales objetivos. No había lugares sagrados ni personas excentas de ser víctimas de un atentado. Y desde luego, los periodistas tampoco fueron la excepción.
Sorprende que ante la inclemencia y la combinación de todas las formas de lucha que hoy están protagonizando los narcotraficantes mexicanos, se desvíe la atención sobre la comparación que realizó Hillary Clinton, actual Secretaria de Estado de los Estados Unidos, durante un Consejo de Relaciones Exteriores en Washington, al afirmar que la violencia de México era comparable con la vivida en Colombia hace 20 años.
Y soprende porque ante la deshumanización de una guerra que por sus características no es propiamente una guerra, y de un conflicto que desde luego no es exclusivo de Colombia, ni exclusivo de México y cuyas profundas raíces y orígenes están directamente relacionados con la producción, venta, consumo y comercialización de la droga, son muy pocos los países que, por acción u omisión, pueden afirmar que lo que está sucediendo en México es excluyente del resto del mundo.
Finalmente, si bien es cierto que por el cumplimiento de las leyes internacionales y por respeto a la soberanía de los países, la violencia que se está viviendo en México es competencia del fuero interno de ese país, cualquier persona que haya sido víctima de la violencia, de los daños colaterales de quienes cometen actos de terror, de quienes ejercen la fuerza indiscriminadamente e incluso hayan vivido en carne propia la perdida de un ser querido como consecuencia de los tentaculos del narcotráfico, no pueden dejar de sentir y de pensar, que en el fondo todos somos México.
No hay comentarios:
Publicar un comentario