Su nombre es Hélbert Rodríguez Moreno, teniente colombiano, quien mientras patrullaba en los Montes de María, una de las zonas montañosas del país y cultivo de minas sembradas por las FARC, volvió de la muerte para contar su testimonio. Sus palabras están llenas de coraje, de valor y de ejemplo de patriotismo. Esta entrevista fue realizada en el año 2004. Hoy, seis años después, el drama de las minas antipersonales, sigue en aumento.
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"La mina me cercenó las piernas, un brazo y un ojo, y me rompió los tímpanos. Conmigo cayó otro soldado, de 23 años, que se quedó ciego". Así relató el drama del día que le explotó una mina antipersonal el teniente
colombiano Hélbert Rodríguez Moreno, en el Primer Congreso Mundial de Víctimas del Terrorismo que tuvo lugar entre el lunes pasado y ayer en la Universidad San Pablo CEU de Madrid. Su testimonio fue estremecedor.
Ante más de 70 delegados de todo el mundo, entre los que se encontraban el presidente del Parlamento Europeo, el irlandés Pat Cox, Rodríguez dijo que Colombia "necesita el apoyo certero de Europa para acabar con los bandidos y no solo aplausos y banderitas, porque el país llora pero no se rinde".
"Colombia, añadió, requiere que la comunidad internacional condene a algunas organizaciones terroristas y que deje de verlas como si fueran Robin Hood'".
El congreso fue instalado por el príncipe Felipe de Borbón, heredero del trono español, y clausurado ayer por el presidente del gobierno, José María Aznar.
La intervención de Rodríguez fue intensamente aplaudida. EL TIEMPO habló con él sobre su dramática experiencia .
El 3 de marzo del año pasado, el teniente de 27 años fue víctima de una mina antipersonal que le voló más de la mitad de sus extremidades durante una operación en los Montes de María, a 80 kilómetros de Cartagena.
"No me quiero morir", fue lo único que alcanzó a pensar, mientras su corazón apenas latía. Tras el accidente, fue trasladado al hospital de Cartagena y nadie auguró mucho por su vida. Requirió de 21 bolsas de suero para mantenerse con vida.
Siete meses después, recuerda el momento en que volvió en sí tras la explosión:
"Me desperté con un antojo ni el berraco por comer sobrebarriga con papas saladas, mucha mayonesa y cerveza fría. Al tratar de hablar me salió una bocanada de sangre, entonces me tocó cerrar la boca, pero en la cabeza yo
solo pensaba en eso... ¡ah, un poco de ñame!", dice.
Y agrega: "recuerdo que cuando me desperté por segunda vez estaba en el hospital de Cartagena y alcancé a escuchar a un médico que decía: este hombre está muy mal, se nos va a morir en el quirófano. También escuchaba a un padre absolviéndome".
Tres días después despertó. A su lado estaba Claudia, la esposa. Pero no la pudo ver. Estaba ciego. Duró veinte días más con la incertidumbre de saber si también perdería los ojos. Tan solo el último día que salió del hospital
militar supo que el ojo se salvaba.
El caso del teniente es tan solo uno más de los 638 casos de accidentes como consecuencia de las minas antipersonales que se registraron en el 2003, en Colombia.
Mientras espera recuperar la cotidianidad de su vida al lado de su esposa, el teniente asiste dos o tres veces por semana a una terapia física que, junto con la ayuda de prótesis en los brazos y piernas, le ha hecho recuperar la movilidad de parte de su cuerpo.
"Mi objetivo es ayudar a los soldados del Ejército que quedan en condiciones iguales a las mías. Estoy trabajando con la Fundación Querido Soldado,haciendo visitas a los colegios".
Sobre su futuro responde: "Cuando un soldado hace un juramento de bandera, le jura a la patria ser fiel y leal hasta que ofrezca su propia vida. Y así es. Los soldados del Ejército son soldados hasta el día en que se mueren. Y a mí todavía me quedan un ojo y un brazo para ofrecerle a la patria".
*29 de enero de 2004
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