Es probable que como a mí, cuando le mencionen el nombre de James Buchanan se confunda con la marca de Wiskhy o el décimo quinto presidente de los Estados Unidos. Pero no.
James Buchanan es mucho más que el placer del sabor etílico conservado en robles durante años en las cavas de Escocía y, cuyos conocimientos económicos pueden superar a cualquiera de los cuarenta y cuatro presidentes que ha tenido Estados Unidos. Aunque el objeto de estudio de su disciplina no diste mucho de la relación de quienes toman las decisiones económicas más importantes de los países, sosteniendo seguramente en sus manos una bebida con uno que otro grado de alcohol.
James McGill Buchanan fue premio Nóbel de Economía en 1986 y merecedor de este reconocimiento como resultado de sus investigaciones en el campo de la teoría de la elección pública, también conocida como Public choice, donde plantea la posibilidad de un cambio de reglas sobre la forma cómo se desarrollan las relaciones entre la política y el poder, la economía y los comportamientos individuales. Y aunque su estudio no se presenta propiamente como una fórmula matemática, es riguroso en la identificación de los objetos a analizar: método, herramientas del economista, proceso de decisiones, instituciones como intercambio, unidades básicas, mercados, etc. Elementos que le permiten sustentar su defensa de la organización de la vida económica a través del libre mercado y profundizar en algunas de las teorías de Keynes.
Sin embargo, Buchanan no siempre fue defensor de este tipo de políticas. De hecho, cuando era estudiante en la Universidad de Chicago, en Estados Unidos, país donde nació, fue un arduo defensor de la intervención y papel del Estado en la economía , incluso se identificaba con el socialismo de la época.
Hoy, no sólo ha cambiado su forma de pensar sino que además ha sido fundador de varios centros de pensamiento económico como el T. Jefferson en la Universidad de Virginia y autor de varios estudios y libros económicos y políticos tales como: La teoría de la hacienda pública, El cálculo del consenso, La hacienda pública en un proceso democrático, La demanda y oferta de bienes públicos y, entre los más recientes, Coste y elección y La razón de las reglas.
Desafortunadamente, para quienes no somos economistas y recién empezamos a ahondar en el conocimiento de las teorías económicas, el nombre de James Buchanan siga sin decirnos mucho. Pero, justamente como la mano invisible de la que hablaba Adam Smith, sus estudios, sus teorías, sus centros de pensamiento, sean precisamente hoy el motor y fundamento de muchas de las leyes económicas que a diario se presentan en el Congreso de los Estados Unidos para impulsar la economía mundial y, gracias a él, haya más de una persona, sin importar en qué parte del mundo se encuentre, disfrutando del sabor del otro Buchanan, el wiskhy, como resultado de la aprobación de los tratados internacionales de libre comercio y la apertura de mercados. "Salud!"
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